miércoles, 18 de diciembre de 2013

12 AÑOS DE ESCLAVITUD, o la perfección del cine


12 AÑOS DE ESCLAVITUD
Director: Steve McQueen
132 min

La carrera de Steve McQueen como director comienza a alcanzar unas cotas de excelencia de la que pocos directores pueden presumir. Se dio a conocer en 2008 con Hunger, una historia de corte carcelario, donde el actor fetiche de McQueen, Michael Fassbender, daba vida a un preso del IRA que se ponía en huelga de hambre. Un papel terríblemente físico, que pasó en 2011 a otro más complejo, hecho de adicciones; Fassbender protagonizó Shame, una obra muy personal, algo subyugante, sobre un adicto al sexo que ve cómo su hermana (la impresionante Carey Mulligan) irrumpe en su vida de soledad y sexo.
Ahora Steve McQueen vuelve a los ruedos de la dirección y nos regala esta obra maestra. 12 años de esclavitud es de ese tipo de películas que te dejan sin aliento, que mantienen la atención del espectador con sus momentos épicos difíciles de olvidar. Más de dos horas que se nos pasan volando porque hemos perdido la noción del tiempo. Sí, una de esas películas que nos marcan, de las que uno no puede salir indemne de la sala de cine. Hemos de reflexionar sobre la esclavitud, sobre los desmanes que el hombre es capaz de producir sobre el hombre; de lo que pasó en el país de las libertades y de lo que aún está pasando hoy en día en el resto del mundo.
La película narra la historia de Solomon Northup (papelazo de Chiwetel Ejiofor), un hombre negro que vive como hombre libre en Saratoga, Nueva York. Posee una buena casa, una mujer y dos hijos que lo adoran. Está formado, sabe leer y escribir y es un excelente violinista. Un hombre que se rodea de amigos blancos, algo muy extraño para la época. Por una mala jugada del destino, acabará siendo tratado como un esclavo más y lo llevarán desde el apacible noreste del país, a los campos abrasados y pantanosos de Nueva Orleans. Ahí empieza una larga epopeya que durará doce años. Es donde la película va creciendo en intensidad, crueldad y belleza. Solomon pasa por las manos de varios amos, como el educado William Ford (Benedict Cumberbatch), hasta que cae en los dominios de Edwin Epps, un impresionante Michael Fassbender, que interpreta a un esclavista con grandes problemas de alcoholismo y graves delirios psicológicos, que siente atracción por una de las esclavas, la joven Patsey y que tiene una mujer dominante que lo controla en ese delirio en el que habita.

No hemos de contar más del argumento, no deberíamos desvelar nada que alguien no pueda imaginar. La fotografía nos revela esos terrenos pantanosos de Nueva Orleans y los inmensos algodonales del sur. El director apuesta por las secuencias largas, por los planos subjetivos, donde hay detalles como el movimiento de las manos, los ojos aterrados de los esclavos en la oscuridad de la noche o los elementos más fisiológicos del ser humano: la sangre y las heridas cicatrizando. Todo hecho con un lirismo contenido, aunque quizá nuestra vista no habituada al sufrimiento humano se pueda dejar llevar pensando que todo es forzado y parte de la heroicidad que suele dibujar el cine. No. Nada más allá. La esclavitud fue una etapa terrible y quien no lo sepa abrirá los ojos con esta cinta.

Hay que destacar no sólo esos personajes principales bajo los que se asienta la película, sino los secundarios que van dando forma a un contenido redondo. Personajes como el que interpreta Paul Dano, un capataz llamado John Tibeats, ser abyecto, de voz y gestos desagradables, en cuya breve intervención podemos decir que hay un actorazo, a pesar de la brevedad. 
También hay que citar a la esclava Patsey, interpretada por Lupita Nyong´o. Su interpretación, tan física como sentimental la puede coronar como actriz revelación en los próximos Oscar. Patsey sufre, es violada, es la que mejor recoge el algodón, atrae a su amo Ed y sufre las iras de su ama, la camaleónica Sarah Paulson. Patsey es una mujer de apariencia frágil, muy delgada, que nos permite darnos cuenta de hasta dónde puede llegar el aguante del ser humano, de lo fuertes que podemos llegar a ser. 
En los últimos minutos de metraje, aparece Brad Pitt en un pequeño papel que será fundamental para la historia. Pitt es uno de los productores de la cinta y da vida a Bass, un constructor con barba a lo Abraham Lincoln. 
Poco más se puede decir. 12 años de esclavitud posee el carácter de las grandes producciones de Hollywood, una perfecta recreación de una época en la que no todos los hombres eran libres. El vestuario y los escenarios son magníficos. Por ponerle un pero, quizá la música de Hans Zimmer no esté a la altura del resto, aunque es una película donde abundan los silencios, las cabezas agachadas en gesto de sumisión y algún cántico gospel con el que se despliegan los títulos de crédito finales. Una obra que nos hace revivir el cine clásico americano y nos despierta la conciencia sobre algo tan repugnante como lo es la esclavitud.

martes, 10 de diciembre de 2013

BLUE JASMINE, o el regreso del gran Woody Allen

BLUE JASMINE
Director: Woody Allen 
Intérpretes: Cate Blanchet, Alec Baldwin, Sally Hawkings, Bobby Cannavale, Louis C.K.
2013, 98m.


Lo he leído en muchas críticas y foros de cinéfilos: ¡Woody Allen está de vuelta! Esto es algo que me choca, porque yo creo que Woody Allen nunca se había ido, sino que ha pasado por un periodo de tanteo en nuevas formas, temas, lugares para rodar, etc. Es innegable que ha hecho películas muy flojas últimamente: Vicky, Cristina, Barcelona o A Roma con amor, son un claro ejemplo. Pero desde el año 2000 también ha hecho películas destacables que aún guardo en la memoria, como es el caso de Match Point, El sueño de Casandra o Midnight in Paris.
Lo afirmo sin pudor: Blue Jasmine me ha encantado. Woody es un tipo listo y ha sabido volver a sus mejores mañas, quizá haciendo un poco de trampa, pero sabiendo que contaba con actores solventes y con una historia que hoy en día está muy de moda. La Actriz elegida, así con mayúsculas, es Cate Blanchet. Esta mujer se come la pantalla, la absorbe con su vis tragicómica. Se nos presenta como una mujer desengañada y arruinada por un marido que pasa de ser el perfecto self-made man a un delincuente estafador al que detienen en mitad de una calle neoyorkina.

La historia nos puede sonar. La mujer es rica, atractiva, elegante. Se dedica a dar fiestas y a aprender a controlar su "stress" con la práctica del yoga. Una vida cansadísima y reuniones con sus amigas donde Jasmine se jacta de no enterarse de nada de lo que hace su marido en asuntos de negocios. Ella se fía y firma lo que le ponen delante sin leerlo. ¿Os va sonando? Pues esa confianza la va a convertir en parte activa del entramado estafador, por lo que su desgracia va en cadena tras la detención del marido.

Esta desgracia se plasma en un autoexilio en casa de su hermana (una hermana que no lo es de sangre, ya que ambas son adoptadas por la misma familia). Se produce un cambio de ciudad, de vida y de estrato social. Nos vamos de Nueva York a San Francisco, del lujo de un piso con altos techos e infinitas habitaciones, a la vivienda modesta de una hermana que trabaja en de cajera en supermercado y tiene a su cargo dos hijos.
La relación entre hermanas será una de las tramas que van hilando esta historia. Me hubiera gustado ver una versión original subtitulada para ver los matices del habla de Ginger (una genial Sally Hawkings), que al doblar quedan francamente chabacanos. Jasmine y Ginger son polos muy opuestos. Una rubia, la otra morena. Una alta, la otra baja. Una representa la belleza, la elegancia; la otra representa a la mujer que sale adelante como puede y que parece siempre al borde de la desgracia. Pero este antagonismo no es tan simple. Veremos un continuo cambio de suertes, de papeles entre ambas.
Cate Blanchet ya hemos dicho que borda su papel. Su personaje pasa por cientos de matices psicológicos. Vemos a la mujer madura y atractiva, vestida siempre de Channel, bebiendo finos cócteles. Pero también vamos a darnos de bruces con una mujer destrozada, paseando por el camino de la locura, que nos recuerda mucho a otra gran actriz, la Gena Rowlands de Una mujer bajo la influencia (John Cassavetes, 1974).


Como en toda película de Allen, los personajes entran y salen de la historia. Vemos marido, ex-maridos y novios puntuales. Se nos presentan hombres torpes e imperfectos, como los novios de Ginger, quienes, en el fondo, muestran mucho más amor por Ginger que el perfecto marido que tenía su hermana, un Alec Baldwin algo fuerte y encasillado quizá en ese tipo de papeles. La trama posee continuos cambios espacio-temporales. Hay constantes flashbacks, momentos de pura comedia y otros que derivan hacia lo trágico con mayúsculas.
En resumen, una gran película que debería servirle a la Blanchet para hacerse con la estatuilla dorada. Está atarctiva y desgarrada a la vez, su rostro nos pide atención, nos reclama de continuo. No cae en el histrionismo. Y qué decir del director, pues que esperemos que siga por esta senda que acaba de tomar, que siga haciendo cine para que los demás podamos seguir polemizando acerca de si su cine es una obra de arte o una vulgar estafa, como han reseñado algunos críticos que supongo infelices y enfermos.

lunes, 9 de diciembre de 2013

EL FRANCOTIRADOR PACIENTE, de Arturo Pérez-Reverte


EL FRANCOTIRADOR PACIENTE
Arturo Pérez-Reverte
Madrid: Alfaguara, 2013
Precio: 19,50 €

He de confesar que me he enganchado a esta novela de la forma más tonta. Te pones a echarle un vistazo y te sorprende el tema que ha elegido Pérez-Reverte para llenar las poco más de 300 páginas de esta novela llamada a ser uno de los best-seller de las Navidades. Como el título hacía referencia a un francotirador, uno que tiene memoria de los libros que le dejaron buen sabor de boca, divagó por aquella antigua lectura realizada en época estudiantil, Territorio Comanche, donde el periodista Arturo nos dejaba ver los desmanes de la guerra, quizá la primera que yo traté de entender en directo y con mucha profundidad: la guerra de los Balcanes, la descomposición de un país llamado Yugoslavia.
Pero en El francotirador paciente no hay guerras ni reporteros, sino una tribu urbana de presencia global, la de los grafiteros, su mundo de sprays, paredes, firmas en vagones de metro, etc. Pero también hay un moderno editor de arte y una estudiosa del arte contemporáneo que van a ir conformando una suerte de thriller hecho a golpe de pesquisas, persecuciones, emboscadas, viajes inesperados y todo con un único fin, dar con la figura de un invisible grafitero, un mito como lo fue el Muelle madrileño de los 80, un elemento que realiza acciones subversivas por medio mundo y que ha conseguido que lo siga toda una turba de incondicionales, a los que convoca para acciones organizadas de ataque masivo en un punto cualquiera del planeta.
Aquí la persecución la lleva a cabo una experta en arte moderno, cuya tesis doctoral se basó en el arte grafitero madrileño de los 80. Se llama Alejandra Varela y se hace llamar Lex. Una mujer que se nos pinta como inteligente, atractiva sin ser despampanante y cuyas relaciones con otras mujeres se nos deslizan desde el comienzo de la novela. Este carácter de Lex puede parecer banal, pero no, tiene su sentido según avanza la novela y más cuando llegamos al desenlace. 
Por la novela se deslizan otros personajes que entran y salen y que sirven para dar coherencia al vaivén de viajes e investigaciones que hace Lex Varela. Figuras como las del millonario Biscarrués, los sicarios, el marchante de arte, los propios grafiteros, un inspector de la policía española especializado en artistas callejeros, etc. Muchos de estos personajes son meras comparsas, pero otros planean sobre la obra en todo momento, en esa suerte de persecución que nos lleva de Madrid a Lisboa y de Lisboa a Verona y a Nápoles, ciudad donde se cuece lo más importante de la novela y que se nos dibuja con suma precisión.
Como decía al principio de esta crítica, yo no tenía ninguna intención de leer esta obra, de hecho no estaba entre mis próximas lecturas. Además, el comienzo me parecía todo un alegato a favor del arte grafitero, una suerte de publireportaje sobre estos jóvenes y no tan jóvenes que se enfundan en sus sudaderas y se camuflan bajo gorros, bragas militares y ligeras mochilas en las que esconden los botes de pintura con los que emborronan cualquier punto de las ciudades, sea o no un monumento, para defender una suerte de arte moderno o acción subversiva que muchas veces queda en puro vandalismo. Pero la novela va ganando en acción y van entrando personajes que activan la trama. El objetivo es encontrar a un tal Snipe, pero no es un objetivo único de Lex Varela y su editor jefe. A Snipe lo quieren muchos, vivo o muerto, es una figura que está haciendo daño y hay muchos intereses que persiguen su cabeza. A partir de ahí, en las calles de Lisboa, la acción coge vuelo y ya no podremos dejar la lectura. Los diálogos son vibrantes, acertados. Las descripciones no se hacen pesadas y nos ponen en la escena sin demasiadas metáforas. 
En resumen, una novela para pasar un buen rato, un fin de semana casero, un viaje en tren, esos ratos perdidos en la consulta de un médico. Ahora, hay que advertirlo, no es alta literatura pero sí es literatura que engancha y lo digo con sobrados motivos.