viernes, 9 de agosto de 2013

SEMANA TERRENCE MALICK (1)

Dentro de la primera semana del curso de cine que está ofreciendo la Cátedra de Cinematografía de la Universidad de Valladolid, hemos tenido la suerte de poder visionar en gran pantalla algunas de las películas del enigmático director Terrence Malick, todas ellas en V.O.S. y con una afluencia de público más que notable. 

 
El fuego lo ha abierto el lunes 5 de agosto Malas tierras (1973), la primera gran obra de Malick y que fue elogiada por la crítica al ser una ópera prima magistral, donde se contaba la relación de Kit Carruthers (Martin Sheen) con Holly (Sissy Spacek). Como decía Javier Ocaña en su crítica a esta película, estamos ante una obra canónica para los directores que más tarde decidieron abordar filmes con parejas que delinquen y huyen.
El martes le llegó el turno a La delgada línea roja (1998), adaptación de la novela que bajo el mismo nombre firmó James Jones, el mismo que nos legó la historia de De aquí a la eternidad (llevada al cine en 1953 por Fred Zinnemann). La delgada línea roja es una obra de vastas proporciones: 166 minutos y largas escenas junto a la colina que tratan de conquistar los protagonistas. Podemos considerarla una obra bélica, pero también es un alegato antibélico lleno de poesía, de ese lirismo que ha ido ganando enteros en las posteriores grabaciones de Malick. Estamos hablando de su tercera obra y algunos la consideran maestra, aunque en este tipo de cine nosotros seguimos decantándonos por Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979).

El miércoles nos ofrecieron El nuevo mundo (2005), una peli que poca gente había visto y que nos sorprendió gratamente, a pesar de que cuenta con unas críticas desiguales. La fotografía -estuvo nominada al Oscar- es impresionante y lo que parece que va a ser una historia de amor al uso se torna, en un giro inesperado, en una nueva forma de acercarse al amor, a las relaciones entre personas. Destaca la actuación de Q'orianka Kilcher, una Pocahontas de mirada limpia y gran variedad de gestos y de Christian Bale, cuya aparición nos resulta más destacable que el papel de Collin Farrell, demasiado monótono, un rostro lleno de desgana, que quizá tenga que ver con el carácter atormentado del capitán John Smith.

El jueves nos enfrentábamos a la que seguramente es la obra más polémica de Malick, El árbol de la vida (2011). De reciente factura, logró la Palma de Oro en el Festival de Cannes y fue nominada a tres Oscar. Antes que nada dejadnos decir una cosa: OBRA MAESTRA; sí, de esta forma, escrito con mayúsculas. Sus más de dos horas de pura poesía fílmica te dejan atado a la butaca. Es una obra compleja, dura, donde Malick se desnuda por completo y nos da señales de su vida que ya había ido apuntando en otras películas. Brad Pitt es un padre severo, aparentemente perfecto: buen esposo, trabajador, cumplidor con la iglesia, pero cuya figura se va descomponiendo a lo largo de la película. Ese deterioro se hace más profundo cuando vamos viendo el contrapunto que es su familia: tres hijos asustados que van ganando en rebeldía y una mujer (la hermosa Jessica Chastain) que parece un fantasma, una muerta en vida bajo el martirio de su marido. Todo ello acompasado por una música muy bien elegida, una música que mueve el armazón de la obra, que acompaña las imágenes cósmicas donde Malick navega a la deriva entre la religión y la ciencia, entre el Big Bang y la Divina Comedia de Dante. Sí, estalla el planeta tierra y vemos dinosaurios. La fotografía nos deja absortos, pero también la dureza de una historia que arranca con el suicidio de un hijo. Por destacar una escena o una imagen de las miles que podríamos traer aquí, nos gustó especialmente la del bebé que sirvió para ilustrar también el cartel de la película. Esa escena posee una ternura y una fuerza brutal, que seguramente a muchos les habrá despertado instintos o recuerdos de esos que erizan los cabellos. Por poner alguna objeción, cabe destacar el escaso papel de un Sean Penn solitario, perdido en un alud de recuerdos en medio de una urbe gigantesca, en un edificio de oficinas donde un ascensor no deja de subir y bajar, como el pensamiento del personaje que interpreta Penn. Demasiado frío y desdibujado, pero nos consta que el propio Penn no estuvo nada de acuerdo con el montaje que Malick realizó para con su personaje. En fin, cosas del cine y de los grandes genios.

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