lunes, 2 de septiembre de 2013

Las lecciones de cine de MAX OPHULS

Seguimos dando cuenta del magnífico curso de cine que ha ofrecido durante todo el mes de agosto la Cátedra de Cine de la Universidad de Valladolid. La última semana nos brindaron una gran retrospectiva sobre Max Ophuls, director de origen judío nacido en Alemania, cuya breve vida (murió a los 54 años) es un catálogo de huídas, de exilios personales y de magníficas películas que nos han sorprendido gratamente. 
El melodrama ophulsiano es un tipo de cine que parece haber sobrevivido muy bien al paso del tiempo. De hecho, los movimientos de cámara, la eternidad de algunos planos y el gran manejo del espacio en esos planos hacen de sus películas todo un momento de disfrute. Curioso es que, siendo muchas de sus obras adaptaciones de novelas de carácter folletinesco que hoy en día no leeríamos ni aunque nos obligaran, consiguen engancharnos y meternos en ese mundo de bailes románticos, amores, traiciones y duelos, tan propios del siglo XIX.

 La retrospectiva arrancó con Carta de una desconocida (1948), grabada en Estados Unidos y con una Joan Fontaine de mirada limpia haciendo el papel de la protagonista, nos cuenta la historia de un breve amor, el amor de una joven por un músico cuyo guión resulta ser una adaptación de la novela homónima de Stefan Zweig. Es la historia del enamoriamiento y del olvido de uno de los enamorados. Esta es quizá una película de carácter más tradicional, pero ya se apuntan algunas de las obsesiones principales de Max Ophuls.

Al día siguiente le llegó el turno a El placer (1952). Basada en tres cuentos de Guy de Maupassant, nos narra tres historias diferentes donde se aborda el placer desde tres puntos de vista: la de un bailarín enmascarado que no puede dejar de bailar porque le va la vida en ello; la segunda es la del prostíbulo de Madame Teiller, lugar donde se juntan todas las fuerzas vivas de la ciudad; por último, nos narra la vida de un pintor y su modelo/amante, cuya relación tiene un inesperado final. Hemos de decir que El placer nos gustó mucho, sobre todo el segundo relato, en el que vemos a un Ophuls moviendo la cámara por la casa de citas, subiendo desde el exterior por los pisos en unos planos muy sugerentes donde los espectadores pueden sentirse casi dentro de la escena.

El miércoles pudimos visionar Madame de... (1953), otro melodrama que cuenta la historia de una mujer y unos pendientes de diamante que dan mucho juego. Hay un trío actoral maravilloso: Danielle Darrieux, Charles Boyer y Vittorio de Sica, unos planos larguísimos del baile, donde la cámara se mueve al mismo ritmo que los bailarines y que consiguen meternos en los salones de baile de la época. La química entre Darrieux y de Sica es perfecta, sus miradas cómplices nos hacen partícipes de un amor que se ve abocado a un terrible fin. Película muy bien hecha y una historia con momentos hilarantes, como la escena en la que el hijo del joyero chivato es requerido repetidas veces por su padre mientras sube y baja una escalera de caracol.

Y ya el jueves, para terminar el ciclo, se proyectó la última película rodada en vida por Ophuls, Lola Montes (1955), única en color y cinemascope, un color vivo que sirve para meternos aún más en el ambiente circense con el que se abre la película. Narra la historia de Lola Montes, una actriz de circo que resulta haber sido amante de personajes tan importantes como Franz Liszt o Luis II de Baviera y cuya historia se cuenta en escenas que surgen como narración circense del presentador, como si fuera una bestia a la que contemplar e incluso poder tocar por un dólar. Una mujer que pasa de ser una femme fatale para grandes hombres a una figura triste, enferma, que sobrevive a duras penas en una compañía de circo. A Lola Montes se la presenta como "un monstruo sediento de sangre con los ojos de un ángel". Volvemos a ver los hábiles movimientos de cámara, los planos largos que nos amplían el espacio sin que nos demos cuenta, como en el palacio que Luis II le pone a Lola Montes para que vivan su amor oculto, lleno de largas escaleras por donde vemos subir y bajar a los personajes sin cambiar de plano. Una obra sorprendente, que raya la maestría que se había ido forjando Ophuls en su hacer como director y que nos plantea una duda acerca de lo que este director alemán hubiera sido capaz de conseguir si la muerte no hubiera truncado sus proyectos.
En resumen, una gran semana descubriendo a un director que vale la pena revisitar y cuyas películas son una inversión segura para el buen cinéfilo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario